miércoles, 13 de diciembre de 2017

"Panteras en la cama" por Sergio Vargsson. (LC)

¡Buenas noches...! seres nocturnos, vuelvo a ser yo, Dämon Schwarze, quién desde mi en una lápida mohosa y agrietada de la cual la lluvia borró hace tiempo el nombre, va a proceder a contaros una nueva historia... una historia de hembras... peligrosas.

Corría mediado el mes de agosto de 1995 cuando ocurrieron estos hechos que dejarían marcada mi vida para siempre. A decir verdad, mi existencia hasta entonces había sido la triste y gris sucesión de acontecimientos que puede relatar una simple empleada de codificación de datos por ordenador en una gran firma de seguros. Pero, un principio es siempre un momento delicado y hay que sentar bien las bases para que los que lean comprendan todo el absoluto cambio y horror que puede desarrollarse a través de una simple herencia genética.

Como ya os inicié antes, mi vida era triste, fría y monótona, y hasta donde puedo recordar siempre fue así. Nací en una pequeña comunidad rural de Massachusetts llamada Arkham. Se trata de una de esas pequeñas agrupaciones de labradores, cerrada a los forasteros y anclada en sus tradiciones que suelen subsistir en la nueva Inglaterra de hoy.

Cuando tuve la edad de optar a una carrera universitaria, mis padres se afanaron en enviarme a una de las mejores escuelas que podía pagar el dinero. Pero, de todas formas, ni las grandes cantidades de efectivo por ellos desembolsados ni mi mejor voluntad de aprender consiguieron que permaneciera en un lugar donde nadie me quería. Mis compañeras, de elevada posición social, me despreciaban llamándome pueblerina y rústica hasta que por fin, un desgraciado incidente con una de ellas, propició que me expulsaran para siempre cerrándome el paso a los estudios superiores y dejándome restringida a aprender codificación informática, que me serviría más tarde para obtener mi actual trabajo.

En cuanto a mis relaciones sentimentales, siempre han venido marcadas por el abandono por parte de mis parejas las cuales, siempre han acabado dejándome probablemente, asustados por la posibilidad de una relación seria.

Siempre me ha parecido fascinante la luna, es curioso cómo cuando salgo a pasear sola bajo su luz en el momento en que está plena en el cielo me parece sentirme más cerca que nunca de estar completa y realizada. Ya, de bien pequeña, me encantaba salir por la noche de mi casa y perdiendo cualquier noción del tiempo, quedarme bajo su luz intensa hasta que el alba rompía su encanto de tal modo que, mi madre, con una extraña sonrisa en los labios, me había dicho más de una vez que tenía espíritu de gato.

Siempre me había atraído de mi madre su extraño y lánguido atractivo, que dicen los que la conocen, que yo he heredado. Jamás la vi ponerse otra joya que no fuese la cadena de plata labrada con una especie de trenzas de cabello humano en sus cierres, en los que colgaban unas figuritas de una especie de deidad exótica parecida a un lagarto bípedo con alas de murciélago y la cara llena de tentáculos. En los ojos de cada una de las figuras se había incrustado sendas amatistas de venenoso color violeta que destacaban extrañamente sobre el frío lunar del metal. Como decía, no vi jamás a mi madre, llevar otra joya que aquella y a mis preguntas sobre su origen, únicamente recibí como contestación que había sido una herencia por parte de mi abuela materna y que con el tiempo, yo la heredaría también.

Mi padre, en cambio, era un sujeto gris y casi sin personalidad propia que solamente veía por los ojos de mi madre y que más tarde desaparecería sin dejar rastro un verano cuando yo tenía diecinueve años.

Como decía, la vida para mí era de un frío color gris hasta que llegó una noche de agosto de 1995 en la cual, una extraña y rojiza luna llena, el calor me hizo salir de mi apartamento y caminar sola por las calles de Nueva York hasta llegar a Central Park. Allí me detuve en un claro a la salida de un grupo de árboles y me quedé extasiada mirando el cielo. En mi interior notaba que algo iba a cambiar muy pronto para mí. De pronto, noté una figura en el ángulo de mi visión y giré la cabeza viendo una silueta difusa que parecía ganar corporeidad a medida que avanzaba hacia mí.

Me estremecí por un momento al pensar que estaba en una de las zonas más peligrosas de la ciudad, pero conforme la figura se hacía más clara, una extraña tranquilidad pareció calar en mi espíritu. La persona que se acercaba era un varón blanco, con tez muy pálida y pelo rubio. Vestía completamente de negro incluyendo la gabardina que ondeaba a su alrededor movida por el cálido aire nocturno. Un estremecimiento placentero me recorrió al constatar su altura y anchura de espaldas. El desconocido se acercó a mí con pasos que parecían no tocar la hierba y alargó su mano hacia mí. Su tacto era extrañamente frío pero no desagradable. Al final, después de mirar a mis ojos con los suyos de color indefinible, soltó mi mano y buscando en sus bolsillos me entregó un estuche de terciopelo negro. Al recogerlo yo, simplemente me dijo...

- ¡Tu madre se ha ido... !”

Efectivamente, al abrir el estuche pude comprobar que en su interior descansaba la antigua joya que tantas y tantas veces había admirado en mi madre.

Me sorprendí al comprobar que mi corazón no se veía afectado por la extraña noticia y mientras me hacía estas consideraciones, el hombre de negro, continuó hablando...

- En el momento que aceptes esta joya arcana, tendrás que estar dispuesta a tomar las cosas como vengan, sin fijarte ningún tipo de límite y vivir plena y conscientemente sin sujetarte a más leyes morales que las que tu te marques...

Y sin decir más, retrocedió dando la vuelta y se perdió en el interior de una extraña niebla que pareció surgir del suelo para arroparlo. Mientras que yo, después de mirar por última vez aquel objeto en mis manos, cerré la tapa del estuche y volví a mi piso con la cabeza extrañamente ligera.

Al día siguiente, en mi trabajo, todavía seguía pensando en los extraños sucesos de la noche anterior y al hacer una pausa para tomar un café, fui abordada por George, el joven diseñador de la sección de proyectos. Era el típico rompecorazones que siempre se veía atraído por mi físico. Sé que los encantos como, la verde mirada de mis ojos y mi cabellera rojiza, no me hacen pasar fácilmente desapercibida, pero también tenía muy claro que George sólo buscaba conmigo, sexo fácil. Otra marca más que añadir a su agenda, ya que tenía la peor fama de conquistador de toda la empresa. 

Hasta ese día lo había rechazado sistemáticamente, pero esta vez, no se porqué fue diferente. Me contoneé levemente ante él y quedamos en su apartamento a la hora de cenar.

Yo, notaba mi cuerpo excitado anticipadamente sin encontrar una explicación lógica. Llegué a mi casa y empecé a prepararme. Me bañé sensualmente usando unas sales de baño que había comprado, me puse ropa interior de color negro, un ligero juego de medias caladas, ceñí mi cuerpo en el interior de un vestido negro ajustado y abriendo el estuche, saqué la antigua joya de plata que parecía relucir con un extraño brillo y me la puse.

En el acto pude notar cómo las cosas adquirían una extraña dimensión, pareciéndome verlas de nuevo por primera vez. Mis pezones se endurecieron como bajo el influjo de algo no sentido anteriormente... y, con esta extraña sensación todavía flotando en el ambiente, tomé mi bolso y acudí a mi cita.

Llegué al apartamento de George a última hora de la tarde. Él había preparado una cena ligera que tomamos a la luz de unas velas. Todo el ambiente estaba milimétricamente preparado para seducirme, pero a mí, en aquel momento, no me importaba. Fueron avanzando las horas y mientras pasaba el tiempo hablábamos mucho sobre cada uno de nosotros y él me contó que no se llevaba demasiado bien con su actual relación, que pensaba dejarla y que creía sinceramente que nosotros podíamos tener un futuro juntos.

Yo, oía sus palabras como envueltas por una bruma rosada de algodones. En un momento dado, puso en el C.D. una música suave e incitante y nos pusimos a bailar estrechamente abrazados. Poco a poco, nuestras manos fueron explorando nuestros cuerpos iniciando los ritos previos al encuentro amoroso. 

Con mucha suavidad me despojó de la parte superior de mi vestido y acarició con lascivia mis turgentes pechos ahora completamente libres de la opresión del vestido. Pasados unos momentos en los que nos besamos con ansia devoradora, pasamos al dormitorio donde él me hizo sentarme en su cama. Una vez allí, me insinuó que me iba a enseñar a experimentar sensaciones nuevas y recostándome de espaldas procedió a encadenarme las muñecas con unos grilletes que tenía dispuestos en la cabecera del lecho. Tras lo cual, y sin preocuparse en absoluto de mis sensaciones, desgarró mis braguitas y me usó de forma cruel y desconsiderada para su propio placer.
Casi rebajada a la condición de mero objeto de placer, George, se levantó de la cama y soltando las esposas dejó libres mis muñecas, recogió mi vestido y me lo tiró encima diciéndome con tono frío...
- ¡Ahora puedes vestirte y largarte... zorra!

En mi interior fue incubándose lentamente un odio frío y una ira que parecía abrasar mis entrañas. Mientras él entraba en el cuarto de baño para darse una ducha, yo, con los brazos cruzados sobre el pecho, me acerqué a la ventana y con los ojos todavía llorosos, miré arriba, hacia el cielo nocturno y allí, muy por encima de las azoteas de los edificios, observándome como un enorme ojo perlado de mirar ciego, estaba ella... la luna... en un precioso plenurio que parecía iluminar las cosas con una luz que nada tenía que ver con este mundo... recortando los objetos con perfiles sobrenaturales...
Se abrió la puerta del baño y George salió se la ducha secando con una toalla su cuerpo desnudo. Sus músculos destacaban poderosamente y su largo pelo húmedo caía sobre sus hombros. Con una sonrisa sardónica dijo...

- ¡Vaya, vaya... putita! ¿Aún estás aquí...? ¿Es que no has tenido suficiente...?

Yo, avancé hacia él contoneándome y con un extraño brillo verdoso en mis ojos le dije con voz más ronca de lo usual...

- ¿Te has planteado que quizás... me haya gustado...?.

Él, halagado en su ego masculino amplió su sonrisa y me dijo con voz cínica...

- ¡Si es que todas las tías sois iguales..., mucho quejarse y mucho gritar pero en el fondo sois unas guarras que buscáis siempre los mismo...! ¡Venga, pasa a la cama...!

Avancé hacia él con paso ondulante y mi figura pareció también ondular y cambiar bajo el contraluz de la luna, fluyendo como el mercurio. Por un momento pude ver el terror en sus ojos cuando mis uñas clavándose en sus hombros le obligaron a arrodillarse... y luego, todo se volvió negro...

Desperté en mi apartamento y al principio, creí que todo había sido un sueño, pero, al mirarme las manos, pude comprobar que estaban teñidas por un espeso y rojo líquido que no podía inducirme a ningún error. Con extraño y placentero abandono, me desperecé sensual y gatunamente y me lamí las manos procediendo a limpiármelas. Mientras me dirigía a la ducha, pensé que nunca más nadie volvería a tratarme como a un ser inferior. Por cierto, me habría gustado ver la cara de quién encontrara el cuerpo de George sobre su cama, con la garganta desgarrada y a medio devorar. Y, sobretodo lo más importante... con aquellos grilletes que le atravesaban el cuerpo justo por debajo del esternón saliéndole por la columna vertebral. Casi se podría decir que yo, había encadenado su alma para siempre...

Con una mueca maliciosa me complací en recordar la sonrisa truncada de George y su expresión cuando la vulnerable mujer que había estado abrazando, se había transformado en una bella, sensual y mortífera... pantera negra.

¡Bueno... bueno... bueno...!

Parece ser que a partir de ahora va a ver que mirar muy de cerca con quién te acuestas, no vaya a ser que intentes meter una “gatita” en tu alcoba y luego te des cuenta que en lugar de eso, has metido en tu cama una verdadera fiera...

¡Salvo que se quiera acabar como George, claro...!

Y ahora me despido. El sol empieza a asomar por encima del horizonte y aunque estoy muy cómodo aquí, aún me quedan muchas cadenas de plata que repartir... ¡Buenas noches queridos monstruos...!

Lou Cypher


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