miércoles, 20 de septiembre de 2017

La Llegada de Caín.

Mientras mi amor guiaba el sol, conocí a un hombre roto, un granjero sin campos que cuidar, un padre sin hijos, un hijo sin padres, y me sorprendí, pues no tenía signos de divinidad sino que vagaba en el polvo como una bestia inferior.

Tenía las marcas de Adán, tenía la palidez de Eva, tenía las cicatrices de Aquél en lo Alto. Y lloró, pues todo eso lo había perdido.

Ahí hay Lilitu.

Todo eso lo había perdido.

Lo llamé, y me contestó, con una voz como ramas quebradas.

“Soy Lilith”, le dije; “Soy Caín”, me dijo, y Yo lo compadecí pero también lo odié, pues tenía el olor de Adán, el tacto de Eva, y los ojos embrujadores de Aquél en lo Alto.
Como Aquél, tenia una mancha turbulenta en el aire a su alrededor, una marca de algún poder oscuro e inefable.

Poseía el asesinato, el poder de matar entes superiores.

No de cazar como Adán, sino de matar como Jehová.

Ahí hay Lilitu.

Caín tenía la marca de la muerte.

Me lo llevé a mi jardín y le enseñé.

Ahí hay Lilitu.

Le enseñé lecciones de dolor. Estaba solo, en la oscuridad, aunque bañando en luz, caminaba en sombras y se protegió con los brazos del frío.

Me lo llevé, con palabras de ayuda, con palabras de consuelo.

Mis ojos penetraron la oscuridad de su tormento, mi voz calmó el frío en sus huesos y lo abracé como a un niño.

Como si fuera el hijo de mi hermano y mío. Lloré con él, pues era como mí hijo.

Ahí hay Lilitu.

Como mi propio hijo con otro.

“Te conozco, Caín de Nod” le dije. “¡Ven! Quítate las ropas, tan rasgadas y manchadas, entra en mi jardín como un niño, pues eso eres, hijo de mi hermano, golpeado por mi primer amante. No tienes secretos aquí, no tienes pecados aquí, entra pues desnudo en mi casa. Como tú eras ahora, así fui yo una vez”.

Y él me siguió, desnudo, al jardín de Lilith y Lucifer; a mis pies se postró Caín de Nod, como se postrara ante la ira de Aquél en lo Alto.

Sus ojos no me mirarían, su voz estaba rota y vacía, y me enfadé por su vergonzoso estado, cómo se combaba ante su juicio como un ser inferior.

Por él hice de mi jardín un lugar de horror traicionándolo igual que él traicionó su carne.

Le di mi sangre y lo ungí con ella, para que fuera una abominación en mi hogar, y los cielos se fruncieron en mi jardín, y el aire se llenó de siseos de Serpiente, chillidos de Búho, rugidos de Gato.

“Ve, Caín de Nod, pues esto es el jardín que sembraste, y debes recoger sus frutos”.

Cayó hacia las profundidades del jardín, y yo lo seguí, riéndome, azotándole con hierros candentes.

De día y de noche le enseñé, le enseñé los secretos del jardín, así su carne fue una red de cicatrices.

Mientras mis vides lo intentaban coger, así sus piernas se aligeraron.

Caín de Nod aprendió a ocultarse de los tormentos del jardín, a conocer mi llegada como una bestia conoce a su predador. Aprendió a dominar Serpiente, Búho y Gato, y mientras se fortalecía en la agonía, el orgullo destelló en sus ojos, y los fuegos de mi hierro destellaron en su corazón.

Un día, él no iba a huir más, se alzó y dejó que su sangre fluyera de él, nutriendo mi jardín, y ungiéndolo con su sangre, como la ungiera antes con la mía, cayó en un trance del que no despertaría.

Lo dejé allí, regresando a mi Hogar, pues no tenía qué tratar con los Huestes que venían.

Y a él llegó Miguel, Ardiente Hueste de la Llama, llevando mares de compasión de Aquél en lo Alto. Y Caín, orgulloso Caín, Hijo de Adán, fortalecido por mi jardín, declaró que sólo él se otorgaría clemencia a sí mismo.

Y Miguel le impuso la Maldición del fuego a Caín de Nod, y yo sonreí, pues me complació.

Y a él llegó Rafael, Piadosa Hueste del Amanecer, llevando mares de perdón de Aquél en lo Alto. Y Caín, orgulloso Caín, Hijo de Adán, fortalecido por mi jardín, declaró que sólo él juzgaría sus acciones. Y Rafael le impuso la Maldición del Amanecer a Caín de Nod, y yo sonreí, pues me complació.

Y a él llegó Uriel, Amortajada Hueste de las profundidades, llevando mares de consuelo de Aquél en lo Alto. Y Caín, orgulloso Caín, Hijo de Adán, fortalecido por mi jardín, declaró que él y todos sus hijos descansarían sólo cuando quisieran. Y Uriel le impuso la Maldición de las Cenizas a Caín de Nod.

Una vez más, como cuando Caín se escondió en la oscuridad, fui a él. “Ciertamente”, le dije, “has cuidado bien de mi jardín, como haría un granjero”. Y comprendiéndolo me maldijo con cenizas, plagas y aridez.

Ahí hay Lilitu.

Con estas cosas me maldijo mientras desaparecía en la noche.

Revelaciones de la Madre Oscura
Imagen de Nord-Sol


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