miércoles, 13 de diciembre de 2017

El horror de las noches.

El vampiro inspira un personaje poderoso, rodeado de misterio. Glamuroso en ocasiones, terrorífico en otros. ¿Pero donde está el horror?

Para comprender el drama que supone ser un vampiro tenemos que recurrir al horror personal.

Un vampiro es un virus. Una vez abrazado se vuelve básicamente un parasito de la sociedad, alimentándose y moviéndose al son de una humanidad efímera y sobretodo hoy en día, cambiante.

Adaptarse al mundo que le rodea (sobretodo a vampiros con una cierta edad) es abrumador e incomprensible. La tecnología, las luces siempre presentes en la noche. El mundo cambia y él esta anclado a otra manera de hacer las cosas.

Si que es cierto que un vampiro se puede adaptar, pero es motivo de amargor para él. (Como cuando volvemos a pasear por calles conocidas y vemos que todos los comercios de nuestra niñez han cambiado/cerrado y han puesto tiendas insulsas)

El cambio es motivo de dolor y furia. Y lo evitará todo lo posible, salvando como pueda esos jirones.
Convertirse en vástago/cainita es lidiar con otro enemigo interior. La humanidad.

Ya se quiera conservar o por el contrario extirparla, no hay que olvidar que absolutamente todos han sido humanos, con sus miedos, defectos, pasiones. Todas estas cosas (incluso las buenas) se pervierten tras el abrazo.

El amor, amistad, liderazgo, el arte... Todo se estanca, pudre y corrompe a su poseedor. Con el paso del tiempo todo debe ser aún más intenso para poder sentir algo.

Así los torturadores se volverán más crueles, los artistas buscarán objetos de devoción o técnicas más extremas, los amantes de la justicia se volverán inflexibles... Todo irá hacia un extremo.

Los vampiros luchan por no sentir el vacío de la inmortalidad.

La gente muere, el mundo cambia pero ellos están siempre igual. Los vampiros no evolucionan, se envilecen, caen en su propia trampa creyendo que suben, pero solo dejan atrás los detalles de su humanidad para convertirse en la peor versión de sus corazones muertos.

No deberían verse como personajes que acaben bien (excepto si se busca la golconda, y aún y así no lo tengo claro).

En su fuero interno la pasión, ideales, luchas... solo es desesperación disfrazada.

Con el paso del tiempo olvidan como es sentir. Saben que fueron humanos, pero son recuerdos vagos (como intentar recordar lo que fuimos con 2/3 años. Sabemos que fuimos niños, pero no lo que sentíamos). Cada noche el olvido se lleva más cosas.

Se aferran a un diminuto corcho de falsa estabilidad en las noches del caos.

Todas las rivalidades, gobiernos, celebraciones, luchas (incluida la Gehenna) son solo pasatiempos para mantener la mente ocupada y no pensar... en que en el fondo solo son un cascaron que controla el parasito de la Bestia.

Solo eso.

Creen que pueden controlarla. Domesticarla. O huir de ella. Algún necio quizás crea que su Humanidad le servirá de escudo y salvación.

Pero la Bestia esperará paciente y al final, todos serán devorados por ella.

Escrito por Daciana Bratovich para Revista Vaulderie.
Imagen de Sam Briggs


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